PLEGARIAS MUTANTES
Por Maurice Echeverría
A Jessica
Al Boxeador, por supuesto
Anochecer y contracción del enano
No más; se acabó;
se me vació la sangre,
la sangre se cortó las venas.
Estoy viejo. Estoy viejo.
Y ahora me he puesto
a morder la alfombra,
y ahora pido, sin sangre, piedad.
Los ácaros piden piedad.
Piden piedad las últimas cenizas.
Los perros, hartos de esperar
que les den su comida,
a la salida de los comedores
en donde otros como yo
están y se sienten tan solos,
tan lejos aunque sea
de aquel espejo, piden piedad.
Y cuando el latido haya tejido
su última araña, no vendrás,
Padre, porque súbitamente
las cosas se hicieron reales:
los clavos que me mantienen
unido a la pared noroccidental
del lento y circular apartamento.
El enano, el homúnculo,
y su manera de hundirse,
y toda esa mantequilla negra.
Al enano se le cayó la laca.
En el principio
En el principio
eran cinco o seis cuchilladas,
tratando torpes
de rasgar el velo de la noche,
yo indescifrable contra las paredes,
era Narciso, la nariz sangrante de Narciso,
la blanca nariz sangrante de Narciso,
era la lágrima de la estalactita otra vez
erosionando el cráneo de los pollos,
era la víscera huyendo
por los corredores,
era la madre acezando sin uñas,
pues en el principio
era yo, muerto.
Te alabamos a las doce
del mediodía, noche tan oscura,
quede constancia en los cuadernos
que Dios también defeca,
que por su ano salen ángeles
de manos pues cortadas,
y por ello de rodillas estamos
sobre las botellas rotas,
esperando con la boca abierta
el cumshot divino.
No puedo
A Dios todo.
Es quien lame las ollas.
Es quien permite el milagro:
la ropa tendida en las azoteas.
A mí en cambio me comen los mareros,
los tatuados del universo
me devoran. Circunstancialmente,
mis niveles de serotonina,
bajan, sin dar explicación alguna.
Todo se pone bien negro, como estar
adentro de un sapo, cinco, nueve meses.
Mis pulmones, mi vejiga, la vesícula:
se quiebran, copas, vasos.
Y me resulta de veras imposible
poner las paredes en su lugar.
Las sillas –ellas también–
se rehúsan a levantarse de la cama.
Por la escalera, los ángeles solo bajan:
toman flamígeros ansiolíticos,
se reúnen con sus congéneres
allá en los campos de la muerte,
se convierten en algodón,
absorben sangre, absorben
la duración humana,
absorben la noche.
Oración
Te ofrendo
estos guantes
bien sucios.
Tu Nombre Torcido
no dirá no.
Es lo único que tengo,
y el miedo.
Este miedo más eterno
que tu dedo arrugado.
Esta saliva larga otra vez.
No sé
Dios sin candados,
Dios dador de amarillos sublimes,
Dios Ostra Justa,
Dios invicto en esta vomitadora,
te quiero decir, te digo
(a ti, epicentro)
(a ti, sobreviviente absoluto
del SIDA)
(a ti, Capitán
Desértico)
que no sé, nunca supe,
de no saber tanto
estoy comiendo tacuazines
vivos. Vidrio. Pelos muchos.
De todo estoy comiendo.
Noche oscura del alma
Esperarás, PERRO,
a que termine
de golpearme la cabeza
contra lustradores,
cráneos,
torres,
suegras,
cafeteras,
ácaros,
esternones,
Obras Completas,
eunucos,
funcionarios,
y todo ese asfalto.
Y entonces
me dirás:
basta, déjalo ya:
no encontrarás el diente
por ningún sitio:
no existe.
Entonces seré como el plástico.
Tiemblo y cómo toso
Excelentísimo Dios:
Mi problema
es que no me quedo
quieto ni callado.
Es que tiemblo y cómo toso.
Mi dedo siempre busca
un agujero en la noche.
Algo que sangre un poco.
El torpe
Oh Divino,
la miel avanza
hasta los edificios concretos.
Se han plegado aún más
los niños en sus frascos.
Larvas y labios
son ahora
lo mismo.
Ya no hay nada qué hacer:
todos los equilibrios se reclinan
sobre el vacío, con su bastón
de malestares.
No puedo:
estos alambres,
estos intestinos gastados.
Por mi parte, me rindo:
que otro menos torpe
resista
el ultraje de los pájaros:
los veré vaciarme los ojos.
Para qué luchar, si hay más:
más eternidad,
más de esta mucha
miseria, más tierra tan seca,
más perros,
y esos malditos violines.
El castillo
Mírame no parar;
no poder no parar.
Mírame
chapalear
en la sangre
de la medusa.
Y aún mostrar como loco
las cárdenas manos.
¿Cuáles manos, si aquí
solo hay tiernos mudos
muñones, tanteando
el castillo largo?
Venosa mirada fría,
en el inodoro de hueso.
Y en los hangares,
encontrarás fotos
de arcanas navajas,
poleas y óxido y asfalto viejo,
y crestería a medio derretir.
Los caballos recitan versos
de Elvis el Gordo.
La Corte está Ciega.
Mírame no parar.
Nacimiento del gusano
Te cuento esto:
Frente al espejo,
cuando me ponía
el rimel oscuro,
noté que de mi propia frente
surgía un gusano,
parecido al gusano de las reses
liquidadas en los caminos,
pero este era largo, muy largo,
y me llenaba por dentro,
y brotaba, buscaba la luz,
porvenir, la lluvia.
Sé bien que unos imbéciles
se dedican a cazar estas lombrices,
por lo cuál lo puse muy pronto
en una cajita, y allí está,
entre algodones, protegido.
Muerto el hombre,
nace el gusano.
¿Cómo en verdad?
Nadie lo sabe,
y de cualquier forma,
esa clase de preguntas
ponen al gusano nervioso.
Lo cuidaré con mi sangre
si es necesario.
Oración para no volverse fanático
Por favor protégeme
del hombre que se sube
a los buses
con una biblia
usada en la mano.
No es mi deseo prender la tele
y ver prédicas toda la noche.
De igual modo, no quiero ya
decir a otros qué cosa
hacer con su fe.
En cuanto a la lepra,
me parece que
es un asunto
de sanidad
pública.
Comentario, sugerencia, crítica, observación
En tu lago pornográfico
he tirado un páncreas
en perfecto estado,
para ver si tus pirañas
salen a buscarlo.
No recibo respuesta.
Los fantasmas
En el principio
eras tú, etc.
Di:
¿cuántas cafeteras
habremos de llevar
a tu templo
y a tus pies,
ya siempre cortados?
¿Cuántos libros leer?
¿Cuántos aviones han
de estrellarse en selvas
sin nadie?
Comparece.
Muestra tu rostro
de sidosa africana,
sal rodando de los túneles,
sal sin fin,
de los océanos rojos.
Sal porque
ya no más.
Porque los fantasmas,
ellos los fantasmas, ya me llaman.
Y me dan, de su mano,
miedo.
Algo
Alabado seas.
Deseo ver el Templo de
la Anfetamina.
Visitar el mueble
macabro
de las palomas.
Entrar en comunión con algo,
o con la saliva de algo.
Admirar la Cerradura.
Media hora de sueño
Eres el más grande,
el Boxeador de la Esquina Celeste,
el Cabeza.
Y yo el obseso.
El obseso lee
libros de saliva,
suda, no entiende.
El obseso
camina en un pasillo lento,
y su mente es otro pasillo,
en dirección contraria.
Darán las cuatro.
Darán las cinco.
El obseso no sabe dormir:
hace, dice, deshace, desdice,
piensa, repiensa, piensa más,
sangra encima de todo.
Hasta para secarse las manos
es complicado.
Hasta para decir te amo.
Pero tú,
tú eres el más grande.
Dame media hora de sueño.
Dame lo pegajoso.
Que los insectos tiernos
se queden prendidos a mí,
como antes.
Dios Liquen
Te adoramos,
a veces te escupimos.
Ven a mi abdomen,
libera a las anoréxicas.
Ven entre perros mojados,
hazte ver.
Será como flotar.
Será como gelatinear.
Adiós, mutilaciones.
Toda ha de ser
químico de pronto,
fluyente, subjetivo.
Más blancos cartílagos.
Mejor.
Resurrección
Que todos los seres
nos realicemos en la condición
de Floreadas Almejas.
Quítame, arráncame
esta serpiente. Oh es larga.
Que el vidrio sólo sirva para sacar
los ojos a los forjadores del cáncer de las palabras.
Que los cruceros lleven a los autocastrados
a un punto de reconocimiento.
Que el yo soy y el pan de hongos
de la pared faltante y la sangre reproductora
brillen de nuevo bajo la luna.
Que los moridores, que las estatuillas
de los dos significados
queden para siempre en tierra ennegrecida.
Brisa soplando suave.
Luz botando lo viejo.
Manos dividiendo la leche.
Torpe, ridículo, feliz,
así me encontrarán
sobre la mecedora.
Concédeme una piedra
A Jaime
Concédeme
una piedra.
Una piedra pómez.
Estoy cansada
de vender a mi hijo
por trece varas
todas las noches.
Los duendes, que viven atracito
del rótulo neón, se ríen, se están riendo.
Son carcajadas.
El espíritu ambulancia
se escucha más de cerca.
Los charcos sangran
y sangran los charcos.
Ya no me alcanzan las pipas
para fumar tantas arrugas.
Los hermanos cogen putas
por no destazar reses.
Fumar. Hablar con mis uñas.
Mis uñas son mis confidentes.
Puertas y puertas
de cuartos y cuartos.
Algún día,
en uno de esos cuartos,
me pondré de rodillas.
El ciempiés
Y voy tocando paredes.
Voy en las longitudes.
Palpando.
Sé que hay criaturas
a mi alrededor.
Otros como yo.
Tocando paredes.
Pon aquí tu pezón
(Gloria al Aceite de las Carreteras.)
He estado pensando
que si sigo viviendo a este ritmo
(y acarreando esta gran maleta,
con ¿un cadáver?, ¿millares de cartas?,
¿un obus intacto de la Segunda Guerra Mundial?),
moriré muy pronto,
este cuatro o cinco o seis
de julio.
Vagaré para siempre en habitaciones
con eternos escritorios amarillos.
Terminaré alquilando algo,
la próstata, algo.
Y quietos los fetos me verán
comer el pan de la tristeza.
Quiero parar.
Quiero parar. No correr
como esos ciegos, machete en mano,
lúbricos.
No quiero seguir arrancándome estas malditas ostras.
No quiero seguir desplazando sectores de piel.
Oh, Dios, no.
Pon aquí tu pezón, Señor:
absorbe mis tumores.
Los cerdos
Gracias
por el corazón
amarillo.
Gracias por el poema–páncreas.
Pero apenas puedo escribir otra línea.
Si continúo escribiendo,
será el cáncer.
Pueda yo ser
el manufacturador
de latas vacías.
Que los cerdos
debajo de la cama
abran los ojos.
Ya no me importa.
Que me coman los pies,
si es lo que quieren.
Solicitud al ángel cubierto de moluscos
Oh,
ángel cubierto de moluscos,
invítame
pronto a tu alcoba.
¿No he dicho
ya que tu cuchillo
abre sedas en la carne?
Mi cuchillo en cambio
le ha robado ambos ojos a mi esposa.
Se ha hundido
en el tibio abdomen
de mi madre,
dejando largas
galaxias
de óxido.
Y más bien
le ha dado por asesinar
al hombre que me abre
la puerta
día a día.
Tómalo ya.
Te lo doy, envuelto en babas.
Solicitud al ángel cubierto de moluscos (II)
Para Andrés
Vengo de eso
que a veces se olvida,
de los remotos cuartos,
de los manicomios.
Vengo de eso
que gotea en el clóset.
Vengo de los más negros frascos.
Y sin embargo,
estoy tranquilo.
Porque ya mi dedo meñique
es completamente tuyo.
Zero
Estas palabras
yo dirijo al Insecto.
He querido
lamer el envés de la mano
del Monarca,
leer las bibliotecas
que arden,
salvar las seis orinas
del naufragio,
sacar al hurón muerto
de la guitarra,
abrir los solemnes hígados
de mi esposa,
he querido ser a veces Negro.
Y todas esas cosas.
Lo curioso es que
todas esas cosas
dejarían de existir,
con solo tocarlas.
Oración del asesino
Oh, extenso,
enorme Acantilado.
Ven ya a recoger
mi piedra;
ya he asesinado
lo suficiente con ella.
Ven ya a traer
la herramienta que tritura
placentas neuróticamente.
Corta las manos.
De aullido está hecho
el instrumento
con el cuál la ciudad
se defiende de pájaros
y sombras.
Te lo doy. Llévatelo.
Siéntelo caer en tu vacío:
en tu sangre,
que se ha bebido a sí misma.
Arrojaré mi garganta,
uno a uno mis dedos.
Haré lo que sea,
para ya no matar.
No quiero
Oh,
Gran Gusano Kamikaze,
luz estallando
en la avenida,
dános tu forma
de pasar de este milímetro
al siguiente
porque
he sido
el obrero sin ganas,
el poeta cuyos dientes
se derriten
sobre la mesa,
absolutamente la inercia,
que calienta
mil ventanas
sin corazón.
Esta fatiga, estos siglos.
La ciudad hipertrofiada
como el pie
gigante.
A lo lejos destellan
los mareros muertos.
Somos la bartolina
& el efecto del miedo
en la progenitora.
Sólo tú sabes este noquiero,
esta larga uña desértica,
esta rata,
este intestino.